lunes, 10 de abril de 2017

El ahuízotl


El ahuízotl (náhuatl, āhuitzotl) es una criatura legendaria de la mitología azteca, símbolo de mala suerte y desgracia.

En el Códice Florentino, la descripción del animal fue hecha por los informantes de Fray Bernardino de Sahagún y se le describe de la siguiente forma: "Similar al teui, el pequeño perro teui; pequeño y suave, brillante. Tiene diminutas orejas puntiagudas como las de un can pequeño. Es negro como el hule, resbaloso, de piel suave y cola larga. Y esta cola está proveída de una mano al final; igual a la mano de un hombre. Y sus manos son como las del mapache o las del mono. Vive en cavernas submarinas, en profundidades acuosas. Y si alguien llega a la entrada o está en el agua con él, el monstruo lo jala hacia las profundidades... Una vez que el cuerpo ha sido recuperado, no tiene ojos, dientes y uñas; todas han sido arrebatadas de él. Pero su cuerpo está intacto, su piel sin lastimar. Su cuerpo sale todo mojado, suave, como si se le hubiese golpeado con una piedra o tuviera pequeños golpes... Cuando al Ahuizotl se molesta por no atrapar a nadie, no ahogar a ninguno de los comunes, entonces llora como un niño. Y quien oye esto piensa que es un bebé, tal vez abandonado. Ahí cae en las manos del Ahuizotl, el cual lo ahoga."

Al ser un nombre poco común los cronistas pusieron poca atención en traducirlo, lo más general es encontrar su significado como "nutria" o "perro de aguas". El historiador Enrique Vela lo analiza desde un punto etimológico y propone la traducción como "el espinoso del agua"; que sería su sentido original pero en el uso diario debió referirse exclusivamente para nombrar al animal. Se ha propuesto que podría tratarse de un animal hoy extinto del Lago de Texcoco, emparentado con las nutrias, y por su rareza, mitificado tanto en hábitos como aspecto.

El ataque del ahuízotl, que estaba al servicio de las divinidades de la lluvia, suponía que los dioses habían elegido a la víctima y sus almas eran portadas al paraíso. Los cuerpos de los infortunados, que sólo podían ser tocados por sacerdotes debido al interés de los dioses por sus almas, siempre aparecían a los pocos días del ahogamiento.

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